LA PRINCESA PERDIDA CAPÍTULO 3


Ya había pasado un día desde la visita de aquel malvado hombre. Cuando todos comían cuando
alguien golpeó con fuerza la puerta.
- Ya están aquí - susurró la madre siendo atacada por el miedo -. Bella lleva a tus hermanos a la
habitación y no salgáis ninguno - se dirigió a su hija.
- Sí mamá.
La pequeña se llevó consigo a sus hermanos pequeños a la habitación y los mayores la siguieron.
Allí se sentaron en el suelo: unos abrazados a otros, temerosos de lo que podían hacerles esos
hombres.
- Que no se lleven a Bella, ni a ninguno de tus hermanos - le había dicho la madre a su hijo mayor;
palabras que el chico repetía en su cabeza, aún sin entender el sentido de estas.
La madre abrió la puerta y un montón de hombres armados entraron en su casa.
- ¿Puedo ayudarles en algo? - se atrevió a decir la ama de casa con voz firme.
- Te dije que iba a volver, pero esta vez a por el hijo del rey – comenzó a decir el mismo hombre del
día anterior.
- ¡Te digo que yo no tuve ningún hijo con ese hombre! - le increpó la madre.
El general, asombrado por la dureza en la voz de la mujer, la azotó haciéndola caer al suelo.
- ¡A mí no me chilles mujer! - intentó calmarse - Ahora me dirás donde están tus hijos.
- Señor, los he encontrado - gritó uno de los soldados abriendo la puerta de la habitación donde se
habían escondido los niños.
El general se acercó con una sonrisa maliciosa a la habitación donde se encontraban escondidos los
niños.
- Veamos...coge a ese - dijo señalando con indiferencia al pequeño de la familia -. No, al
primogénito - se corrigió a sí mismo.
El soldado lo soltó y cogió al mayor de la familia. Eduardo, el mayor, se resistía a caer en las garras
de aquel hombre que intentaba apartarlo de su familia. Por lo que se retorcía y tiraba de la manga de
su opresor.
- Mañana, volveré y si no me entregas al hijo que busco, me llevaré a otro - dijo el malvado hombre
saliendo de la casa seguido por el soldado y el muchacho.
- ¡Eduardo!¡No!¡Soltadle! - gritó la madre intentando levantarse y evitar la marcha de su querido
hijo.
- ¡Mamá! - gritó también el niño.Ese fue el último día que vieron al muchacho. Todos los buenos recuerdos vividos con él, se
esfumaron tras su partida. Ninguna risa se escuchaba en aquella vieja choza, sólo el silencio del
luto.
Mas el calvario de la familia no acabó ahí, al día siguiente el malvado Ernesto volvió, y no se fue
sin víctimas. Esta vez se llevó a los mellizos. Y así fueron pasando los días: cada día llevándose un
alma joven e inocente más. La alegría de la casa se fue consumiendo a medida que los días pasaban.
Sin embargo, a la joven Bella no se la llevaron puesto que no les pareció que ella fuese hija del rey.
Pero si se llevaron a su hermano más pequeño. Su marcha destrozó totalmente a su madre.
En la tarde del día en que se llevaron a su último hijo, Martina tomó la decisión de ocultar a su
única y última hija en un lugar seguro. La ordenó recoger todas sus cosas y al atardecer llegaron a la
plaza de la ciudad en la que vivían. Allí las esperaban una mujer y una niña.
La mujer era joven, de cabello oscuro y largo hasta su cintura, delgada y pequeñita.
- Hola querida amiga - saludó la madre de Bella a la joven.
Esta se giró dejando ver sus ojos claros, su pálida tez y una sonrisa sincera.
- Martina, me alegro de que estés viva - ambas se fundieron en un fuerte abrazo.
Las madres se apartaron de las pequeñas para hablar. Mientras, Bella observaba a la niña que
parecía de misma edad. Su piel también era morena pero sus ojos y pelo eran oscuros.
- Hola, soy Ana - saludó la niña.
- Yo soy Bella.
- Me gusta tu nombre. ¿Puedo llamarte Bel?
- Está bien, me gusta.
Las dos mujeres volvieron y Martina se agachó hasta quedar a la altura de su hija para decirle algo
que solo ella debía escuchar.
- Bella, ahora me tengo que ir - le dijo -, pero quiero que recuerdes que siempre estaré contigo - la
niña asintió -. Ahora vivirás con Alba y Ana, que te cuidarán, así que quiero que te portes bien con
ellas ¿entendido?
- Sí mamá.
- Quiero que tengas este colgante - dijo sacando de su bolsa un colgante de una estrella de cinco
puntas de oro -, fue de una persona a la que quise mucho y quiero que ahora lo tengas tú.
- Gracias mamá, es precioso.
- Llevalo siempre y puedes estar segura de que estaré allí donde tú estés- la pequeña asintió -. Te
quiero mucho Bella y cuando seas mayor entenderás porque lo hago.
- Yo también te quiero mamá.

Su madre la besó en la frente y se despidió de su amiga y su hija a las que había dejado en sus
manos el cuidado de su única hija.
La niña siempre llevaba el colgante en su cuello y siempre que se sentía mal o insegura, lo agarraba
con su mano y sentía como su madre la daba fuerzas.
Días más tarde, pasó por la calle el carro, un sistema funerario en el que llevaban a los muertos de
esa semana hasta el cementerio donde los enterraban.
En lo más alto de la torre de cuerpos apilados se encontraba el de una mujer, la madre de Bella, que
tras volver a casa y asegurar a Ernesto que no le quedaba ningún hijo vivo, fue asesinada por él.
Alba, la madre de Ana, tomó el rostro de Bella y lo ocultó entre los pliegues de su falda para que no
viese la dramática y dura escena. La niña rompió en un llanto incontrolable.
Ana y su familia la acogieron en su casa como a un miembro más. La familia de Ana estaba
compuesta por los dos progenitores y Ana y sus dos hemanos pequeños: un niño y una niña.

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